El país del cambio
En diciembre de 2015, Mauricio Macri llegó a la presidencia. El Gobierno de Cambiemos se propuso fortalecer las instituciones democráticas y mejorar la convivencia política, iniciar un proceso de inserción política y productiva de la Argentina en el mundo, detener el avance y hacer retroceder al narcotráfico en todo el país, normalizar la economía, incluido el sector de la energía, que estaba en una situación dramática, y ejecutar un ambicioso plan de obras (rutas, puertos, aeropuertos, Internet) para empezar a solucionar el enorme retraso en infraestructura que tenía el país, entre otras iniciativas.
En todas estas áreas, la gestión del Gobierno mostró avances notables. En algunos casos con logros visibles, como la energía, la libertad de expresión y la lucha contra el narcotráfico, y en otros por haber puesto con mucho esfuerzo las bases para solucionar problemas estructurales de la Argentina, como en la economía, donde el Gobierno buscó resolver cuestiones pendientes desde hace décadas, como el equilibrio de las cuentas públicas, la inflación y la inserción internacional de su sector productivo. En lo político, el Gobierno impulsó un clima de debate abierto y de conversaciones amplias, en el que todas las voces sean escuchadas y respetadas. El Congreso recuperó su centralidad legislativa, fue sede de debates vibrantes sobre temas fundamentales de la vida pública y aprobó leyes clave para el funcionamiento del país, como la Reforma Tributaria, la nueva Ley de Donación de Órganos y la Ley del Arrepentido, entre muchas otras.
El Gobierno puso también un énfasis central en la lucha contra el narcotráfico, que en 2015 parecía perdida después de años de desidia y resignación. Sumada a todos estos logros hay una infinidad de conquistas y mejoras cuyo detalle es el objetivo de este documento, pero no de esta introducción. De la reforma administrativa del Estado y la simplificación de trámites a las mejoras en el PAMI y la creación récord de parques nacionales, pasando por la revitalización del crédito hipotecario, la recuperación de las exportaciones de carne y la urbanización de barrios populares, el Gobierno tiene visiones, estrategias de ejecución y resultados reconocibles en cada una de las áreas de gestión.
En lo político, el Gobierno impulsó un clima de debate abierto y de conversaciones amplias, en el que todas las voces sean escuchadas y respetadas. El Congreso recuperó su centralidad legislativa, fue sede de debates vibrantes sobre temas fundamentales de la vida pública y aprobó leyes clave para el funcionamiento del país, como la Reforma Tributaria, la nueva Ley de Donación de Órganos y la Ley del Arrepentido, entre muchas otras.
Este respeto por el intercambio de ideas en el Congreso se extendió a las provincias, a las que volvió a ofrecerles un federalismo verdadero y con las cuales firmó acuerdos estructurales, que saldan deudas históricas (como el Fondo del Conurbano Bonaerense). Y también se extendió al Poder Judicial, al cual se ha dejado trabajar con independencia y profesionalismo y que ya fue nutrido con más de 200 magistrados elegidos por concurso.
Existió, además, un clima de libertad de expresión como casi nunca antes en la historia democrática de nuestro país. El Gobierno dejó de ejercer influencia a través de la publicidad oficial o los medios públicos y el Estado abrió su información a la sociedad, gracias a la recuperación de las estadísticas públicas (no sólo en el Indec), la creación de la Agencia de Acceso a la Información y otras estrategias de transparencia activa. Como ningún otro en las últimas décadas, el Gobierno dio pasos fundamentales para prevenir y evitar la corrupción. No sólo la corrupción pasada –para cuya investigación dio herramientas novedosas y ágiles a los jueces y fiscales– sino también la del futuro: con las nuevas normas sobre transparencia y conflictos de intereses y la tecnología aplicada a las compras y licitaciones estatales, cada vez será más difícil para los funcionarios la malversación de los fondos públicos.
Otra área de éxito indiscutido del Gobierno fue la estrategia de inserción internacional, que reemplazó un modelo de aislamiento o alianzas improductivas, que veía al escenario internacional con recelo y desconfianza, por un modelo más abierto, que busca oportunidades y reserva un rol positivo para la Argentina en la escena global. Este cambio ya había producido beneficios concretos para el país, no sólo por el apoyo de los principales líderes internacionales al proceso de reformas iniciado por el Presidente Macri, sino también por las oportunidades comerciales obtenidas para las empresas argentinas. En esos años la Argentina recuperó prestigio y protagonismo en el diálogo internacional, ejemplificado en su exitosa presidencia del G20 pero también en su participación en el Grupo de Lima, que contribuyó a consolidar la condena regional a las violaciones de los derechos humanos en Venezuela.
El Gobierno puso también un énfasis central en la lucha contra el narcotráfico, que en 2015 parecía perdida después de años de desidia y resignación. En estos años se fortaleció a las fuerzas federales de seguridad (a la vez que se aumentó el control sobre ellas) y se les dio un rol más claro y mejor coordinado con las fuerzas provinciales y los sistemas judiciales de todo el país. Esto permitió multiplicar los operativos antidroga, batir récords de incautaciones y devolver la autoridad del Estado en barrios y zonas que habían sido tomadas por las bandas delictivas.
Esta misma estrategia de mayor coordinación, transparencia y respeto por las fuerzas de seguridad permitió mejorar casi todas las estadísticas del delito (que, por cierto, se habían dejado de publicar en 2008 y volvieron a publicarse en 2016). Cuatro años después del cambio de gobierno hubo en la Argentina menos homicidios, menos secuestros y menos robos que antes.


